viernes, 24 de agosto de 2012

Mi amiga Leonor

Mi amiga Leonor vive en uno de esos departamentos de Buenos Aires que siempre me gustaron, pero que si fuese mío, nunca llegaría a ser como el de mi amiga Leonor. Es viejo y de techos altos, con piso de parquet y columnas y escaleras de mármol. La biblioteca, que es el lugar que más me gusta de su casa, está repleta de libros por todos lados, con polvo y apilados en el suelo de madera, o en doble fila sobre el escritorio enorme donde el papá de Leonor se pasa el día leyendo. Nunca entendí bien qué hace el papá de Leonor, no sé si es profesor de algo, o político. Usa unos anteojos redondos que le dan un aire a Sartre, y me parece que es comunista porque en el último gobierno militar se fueron a vivir a Francia. No me animo a preguntar si se exiliaron o si pensaron que era más prudente irse. Y a Leonor le pusieron así por la abuela, y ella nació allá, en Francia, o no, pero habla francés perfecto. Con Leonor nos conocimos en la facultad, apenas empezábamos y a ella le iba bien y a mí no, así que me ayudaba, porque ella fue a una escuela pública, y yo también, pero no me entiende cuando le explico que no es lo mismo. Igual ella después dejó, porque se volvió a vivir a París, con un hermano, o la madre. Entonces cada vez que vuelve hablamos, y yo la voy a visitar a la casa. La cocina de su casa me pone mal, porque siempre está toda abarrotada, la inmensa mesada de mármol, que cuando le describo a mi mamá se vuelve loca, de platos y cubiertos y papeles, y tampoco me animo a preguntar si la chica que siempre anda por ahí dando vueltas no se ocupa de la limpieza. Entonces, como puedo, me preparo un té con leche, porque Leonor mucho mate no toma, y trepamos por una dudosa escalera de pared hasta el techo, que usamos como terraza. Y ahí Leonor saca los cigarrillos de marihuana y se pone a fumar, los arma finitos, uniformes, que me dan la sensación de que parecen comprados en el kiosco, y me ofrece, pero yo no quiero fumar cuando voy a lo de Leonor. Después empieza a venir gente a visitarla, y a mí se me empieza a hacer tarde para volver, entonces Leonor me acompaña hasta la parada de colectivo, porque nunca sé de qué lado de la calle me lo tengo que tomar, nos abrazamos hasta la próxima. Y mientras viajo a casa me pregunto cómo llegué a ser amiga de Leonor.