lunes, 26 de diciembre de 2022

¿Qué tiene si nombro las cosas? La muerte La muerte La azul muerte ¿Por qué vendría la muerte si la digo? La mía, la suya La cara azul de la muerte Hasta en mis pesadillas. Que si la nombro viene, que si la llamo responde, que si la pienso se espanta Que si la sueño huye. Pero si la pesadillo, está siempre La muerte Tu muerte Tu azul muerte

domingo, 27 de mayo de 2018

Un día en las sierras

Aunque haya subido el sol y el arroyo esté cerca, nunca es demasiado verde. Ni demasiado caliente. El sol pega, quema, es verdad, pero no está en el aire el calor, no se condensa en la masa de aire. Tal vez por aquello de que acá el aire es tan puro. Cambia, va viene, se renueva y no llega a corromperse por el calor como allá abajo. Es la sierra. Habrá hojas verdes pero no hace falta acercarse tanto para ver las espinas de cada una de las plantas y arbustos y árboles que no lo son tanto.
Teníamos una vertiente ahí, eran cuatro gotas de agua que bajaban de más arriba y que habíamos entubado a doscientos metros en un tubo ínfimo que llegaba hasta el tanque y lo llenaba, con entusiasmo en los buenos días. El tanque tenía una manguera pinchada que iba hasta la casa y alrededor de la pérdida habíamos aprovechado para plantar esas plantas que la sierra no conocía pero que a nosotros nos parecían imprescindibles en una casa, creo que hasta una alegría del hogar que me había empecinado en cuidar bajo una sombrita.
Los días de mucho, mucho calor, nos íbamos caminando hasta los piletones que armaba el arroyo. Eran unos buenos kilómetros pero se recompensaban a la llegada cuando nos dejábamos caer, prácticamente inconscientes, en el agua. Nos hundíamos y salíamos, hacíamos la plancha, nadábamos. Había poca gente por lo general, menos aún en ese horario en que el sol caía en picada sobre nuestra cabeza y nuestros hombros. Las pecas que me dejó ese sol ampliado como con lupa por el aire limpio y fresco, esas las sigo teniendo.
Fue un verano. A veces lo pienso y creo que fueron varios. Otras veces lo recuerdo como un largo día igual y olvido detalles distintivos. Tal vez fueron dos veranos y da lo mismo. Una mañana, tan temprano que mis pies sintieron la escarcha sobre los pastos que se habían quemado el verano anterior, se fue. O se volvió. Había salido con los pies descalzos a probar la escarcha y tantear el cielo cuando salió de la casa por atrás mío y se fue. Algo pasó antes que no importa. Importó tan poco que la única imagen que se me viene de su partida es mis pies sobre la escarcha del pasto quemado y levantar la cabeza para mirarlo hasta que se perdiera cuesta abajo en alguna curva.
Después entré.

Los terrores que me distraían

Mientras a mí los terrores me distraían, vos hacías una casa. Yo no me animaba ni a asomarme a la puerta. Más me distraían, menos tiempo me quedaba. Me distraía el viento que burlaba la ventana, un fantasma que flotaba en el pasillo, la oscuridad en el patio, la madera hinchándose y contrayéndose. Mientras más me distraían, se hacía de noche más temprano y ya casi no amanecía. Si quería trabajar, se metían en los cuadernos y los escribían. Si quería, se metían en la cama y entre las manos cuando me desnudaba. Vos te mudaste y me distraje con los terrores que se metían en las cajas. Mientras te vas, yo tengo miedo de que mañana, mañana no amanezca.

Mónica

Nadie parece gritar en su casa, sino esperar a estar lejos en una esquina cualquiera, debajo de la ventana de algún otro cualquiera para gritar toda la noche. Sea una fiesta, sea una pelea, sea un borracho.
Muy a menudo, esa ventana parece ser la mía. Parece la única ventana cualquiera para gritarle a la noche en todo Buenos Aires.

Por ejemplo, anoche, nomás me acuesto, escucho la voz era de un hombre y lo que decía era violento. Floté hasta ahí buscando a otra persona que sería la que no contestaba, acurrucada contra la pared de un portal recibiendo los gritos, pero no había nadie más.
El hombre gritaba entusiasmado, sin embargo, y en eso parecía que se le iba la vida, que quizás ya se le había ido. Gritaba solo como quien le aúlla a la noche.

¿Faltaba plata? ¿Había una denuncia? ¿Un engaño? No es fácil discernir en estos casos. Porque no se grita con contenido; se gritan incoherencias y partes finales de oraciones. Especialmente, se grita en aumento al llegar a un punto.
Se gritan nombres y muchos insultos y canciones, pero no de dónde vienen ni de qué tratan.

En un momento de la noche, llegó una pareja y espantó al gritador con aullidos de juerga. No una parejita feliz, una pareja de gritos y de carcajadas peladas. Carcajadas que después eran alaridos y ya peleas para las cuatro, cinco de la mañana, para la hora en la que, de todos modos, tenían que dejarle lugar a un borracho.
¿Borracho adulador o detractor de la vida? ¿Con amigos que quieren subirlo a un taxi o con espectadores que aplauden y brindan por cada alarido?
También floto hasta ellos, les miro las caras para ver si esto es por un rato o sigue toda la velada.

Gris, metálicas se ponen las paredes cuando se apagan las lámparas de alumbrado público. Yo lo noto, detrás de la ventana; ellos lo notan, y se empiezan a ir cantando, o callados en reflexión, como si salieran de misa, donde comulgaron con mi ventana y recibieron el agua bendita de una vecina del segundo piso.
¡Oh, señor, aquí van tus feligreses, míralos, borrachos y cantando, de vuelta a sus casas, a sacarse los zapatos en puntas de pie, susurrar con medias y pedirle perdón a la madre! Pero, sobre todo, a dormir lejos de ventanas y gritos, porque nadie grita en su casa.

De acuerdo, hasta acá todo es cierto.

Pero después, más allá, está Mónica. Mónica sí grita en su casa. Y la casa de Mónica es el barrio. Y la vida de Mónica es la vida. Y nuestra vida y el barrio son la vida y la casa de Mónica. ¿Cómo no iba a gritar tanto?

Mónica gritó y se solucionó el conflicto entre los vecinos que hacían fiesta y los que querían dormir; Mónica gritó y dejaron de pegarle al chico aquel; Mónica gritó hasta que vinieron los bomberos la vez del choque; Mónica gritó y repavimentaron la calle; Mónica gritó cuando le pegaron a su hija y después gritó amenazando con pegarle a su hija. Sin dejar ni por un momento de estar recostada contra la puerta de su casa.

A la tarde salgo y la veo a Mónica gritándose con una vecina en su puerta, que es el modo que tiene de charlar y conseguir que alguien le haga las compras.
Tiene la voz que tendría un oso si quisiese hacerse pasar por humano.
La saludo con respeto. Hablamos de anoche, le pregunto si oyó a la mujer que chillaba por celular a un contestador automático (así, por pulsos quebrados era el chillido). Dice que no tanto como a las chicas que iban al boliche acá a la vuelta y se cruzaron con los chicos que también iban al boliche acá a la vuelta. Todos se fueron cuando vinieron dos a molerse a palos, que no se pegaron, pero hicieron volar insultos y botellas.
Por supuesto, Mónica gritó hasta que vino la policía; apenas se despejó la vereda, pasó un borracho cantando y no le importó nada que ya amanecía.

-Yo no puedo entender por qué la gente no se va a gritar a su casa –me dice Mónica-. A gritar, a su casa, señores.

Tiene razón Mónica. En casa simulamos que la procesión va por dentro y nos dan miedo los alaridos que soltamos de madrugada, debajo de cualquier ventana de cualquiera (y tantas veces esa es mi ventana).

Usted tiene razón, Mónica, y tiene la valentía de gritar sus gritos en su casa.

Tacete

Necesitás un coro
Para el coro de tus obsesiones.
Un coro silencioso
que al oír a ese otro,
tu obsecuente,
murmure, hacia la madrugada
“tacete”,
tan bajo como tus obsesiones.

Tacete!, voces,
ya viene el día.
Tacete,
y a dormir

sábado, 20 de enero de 2018

la razón de nuestras vidas

Es un rectángulo de piedra
Sólo
Solo
Solamente

Ha sido siempre
Un rectángulo de piedra

viernes, 22 de diciembre de 2017

Un día que di en llamar Domingo

La vida es injusta
¡De injusta!
Es intemporal
¡Extemporal!
Una aventura por escenarios distintos
En los que vivís
Y yo visito.

Monto un tren
Cargado de frío
Y de fardos.
Un trensiberial
Donde viajan tus hijos
Y los que yo no tuve.

¡Tan rara!
Tan infinitamente rara.


Solo tenemos un tiempo
Para probar su rareza

Te veo allá,
En el árbol


En la maleza.