miércoles, 3 de octubre de 2012

La vida tomada mal

Me acuerdo que cuando era chiquita, no sé bien cuándo, me gustaba mucho una canción que mi papá me hacía escuchar en el toca-disco. La canción me encantaba, la podía escuchar incansablemente, así como cuando a uno le gusta mucho una canción, o un disco, o un compilado, tanto que sentís como un calor, una familiaridad, y lo escuchas cien veces, hasta que un día te vas de viaje, o empezás un curso de cocina, cumplís años o conoces a alguien, y después volvés a escucharla y ya no es lo mismo. Ya te hace acordar a una temporada, un verano, el año pasado, unas vacaciones, el mismo viaje en colectivo de Constitución a Plaza Lezama que repetiste en algún momento. Entonces mi recuerdo de escuchar esa canción es estar sentada en una banqueta alta que me dejaba a la altura del toca-disco, tendría cinco años, y la conciencia de darme cuenta que la canción ya no me gustaba igual, que yo quería que me gustase, pero ya no me gustaba tanto.