(...)Era consciente que la ligereza que sentía, producto del vino, el cansancio o la comodidad inesperada, me estaban haciendo sonreír demasiado y si me descuidaba me esperaría una retahíla de preguntas y suposiciones y conjeturas, y gritos, desde lo más ridículo, hasta lo más acertado, porque el infierno de los celos es un lugar donde los condenados se hunden en la ceguera más insensible para propulsarse de inmediato a la agudeza más cruda.
Irónicamente ven claramente cuando el motivo es real, y no ven que se equivocan cuando su arrebato febril inventa motivos donde nunca podría haberlos.
El poder para engañarlos está en nosotros, que somos el objeto de los celos, y sabemos la confusión que sufren sus sentidos porque fuimos celosos en nuestro tiempo. Sólo debemos mantener la mentira hasta el final, pronto los gestos se acostumbran a los asaltos de desconfianza, pronto miente también la cara, pronto también los ojos.(...)
domingo, 13 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario