miércoles, 3 de octubre de 2012

La vida tomada mal

Me acuerdo que cuando era chiquita, no sé bien cuándo, me gustaba mucho una canción que mi papá me hacía escuchar en el toca-disco. La canción me encantaba, la podía escuchar incansablemente, así como cuando a uno le gusta mucho una canción, o un disco, o un compilado, tanto que sentís como un calor, una familiaridad, y lo escuchas cien veces, hasta que un día te vas de viaje, o empezás un curso de cocina, cumplís años o conoces a alguien, y después volvés a escucharla y ya no es lo mismo. Ya te hace acordar a una temporada, un verano, el año pasado, unas vacaciones, el mismo viaje en colectivo de Constitución a Plaza Lezama que repetiste en algún momento. Entonces mi recuerdo de escuchar esa canción es estar sentada en una banqueta alta que me dejaba a la altura del toca-disco, tendría cinco años, y la conciencia de darme cuenta que la canción ya no me gustaba igual, que yo quería que me gustase, pero ya no me gustaba tanto.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Me dan pena los chicos

Desde muy chicos, cuando los llevan a cumpleaños en lugares extraños, barrios lejanos, a casas de patios de baldosas distintas a las de su casa, a abuelos y tíos ajenos, y dudosos. Cuando los abandonan, no al aburrimiento, sino a esa infinita tristeza que son los siete, los ocho, los nueves años. Me dan pena, porque cuando se hace de noche, y los padres tienen miedo a la muerte, se quedan solos con lo inexplicable, y tienen miedos sobrenaturales, y desarrollan la superficialidad por hacer algo. Me dan pena las nenas que gritan por la calle, año tras año, y los chicos que se juntan en grupitos y siempre hacen algo viejo. Y bailan siempre la misma música, con los mismos pasos, y son distintos del mismo modo. Me da pena a los que descubre el capítulo siete de Rayuela como si fuesen los primeros. Me apenan las ideas firmes, el amor de verdad y la moda. Se eterniza, porque no hay como pararlos, siguen y siguen llegando. Me dan pena los chicos que llegan a grandes.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Preciencia

Algunas experiencias son tan intensas, que al sufrirlas, el choque sensitivo, de tan fuerte, impulsa ondas expansivas que alcanzan el pasado, y el protagonista ve en su presente una futura experiencia. Soñó que entraba en la sala grande y al fondo junto a la ventana un hombre serio escuchaba a un señor mayor, pero giró la cara para mirarla entrar. La intensidad de la visión fue tan fuerte que se despertó y pensó que algún recuerdo se mezclaba con una sensación, tal vez amorosa, de su inconsciente. Unos meses más tarde fue, sin ganas, a esa reunión en la nueva casa de la compañera de trabajo. Tenía que salir un poco, cambiar de ámbitos, conocer gente nueva. Después de saludar en la puerta dio un paso hacia dentro de la sala, y ahí lo vio, al fondo justo al lado de la ventana.

viernes, 24 de agosto de 2012

Mi amiga Leonor

Mi amiga Leonor vive en uno de esos departamentos de Buenos Aires que siempre me gustaron, pero que si fuese mío, nunca llegaría a ser como el de mi amiga Leonor. Es viejo y de techos altos, con piso de parquet y columnas y escaleras de mármol. La biblioteca, que es el lugar que más me gusta de su casa, está repleta de libros por todos lados, con polvo y apilados en el suelo de madera, o en doble fila sobre el escritorio enorme donde el papá de Leonor se pasa el día leyendo. Nunca entendí bien qué hace el papá de Leonor, no sé si es profesor de algo, o político. Usa unos anteojos redondos que le dan un aire a Sartre, y me parece que es comunista porque en el último gobierno militar se fueron a vivir a Francia. No me animo a preguntar si se exiliaron o si pensaron que era más prudente irse. Y a Leonor le pusieron así por la abuela, y ella nació allá, en Francia, o no, pero habla francés perfecto. Con Leonor nos conocimos en la facultad, apenas empezábamos y a ella le iba bien y a mí no, así que me ayudaba, porque ella fue a una escuela pública, y yo también, pero no me entiende cuando le explico que no es lo mismo. Igual ella después dejó, porque se volvió a vivir a París, con un hermano, o la madre. Entonces cada vez que vuelve hablamos, y yo la voy a visitar a la casa. La cocina de su casa me pone mal, porque siempre está toda abarrotada, la inmensa mesada de mármol, que cuando le describo a mi mamá se vuelve loca, de platos y cubiertos y papeles, y tampoco me animo a preguntar si la chica que siempre anda por ahí dando vueltas no se ocupa de la limpieza. Entonces, como puedo, me preparo un té con leche, porque Leonor mucho mate no toma, y trepamos por una dudosa escalera de pared hasta el techo, que usamos como terraza. Y ahí Leonor saca los cigarrillos de marihuana y se pone a fumar, los arma finitos, uniformes, que me dan la sensación de que parecen comprados en el kiosco, y me ofrece, pero yo no quiero fumar cuando voy a lo de Leonor. Después empieza a venir gente a visitarla, y a mí se me empieza a hacer tarde para volver, entonces Leonor me acompaña hasta la parada de colectivo, porque nunca sé de qué lado de la calle me lo tengo que tomar, nos abrazamos hasta la próxima. Y mientras viajo a casa me pregunto cómo llegué a ser amiga de Leonor.