domingo, 27 de mayo de 2018

Un día en las sierras

Aunque haya subido el sol y el arroyo esté cerca, nunca es demasiado verde. Ni demasiado caliente. El sol pega, quema, es verdad, pero no está en el aire el calor, no se condensa en la masa de aire. Tal vez por aquello de que acá el aire es tan puro. Cambia, va viene, se renueva y no llega a corromperse por el calor como allá abajo. Es la sierra. Habrá hojas verdes pero no hace falta acercarse tanto para ver las espinas de cada una de las plantas y arbustos y árboles que no lo son tanto.
Teníamos una vertiente ahí, eran cuatro gotas de agua que bajaban de más arriba y que habíamos entubado a doscientos metros en un tubo ínfimo que llegaba hasta el tanque y lo llenaba, con entusiasmo en los buenos días. El tanque tenía una manguera pinchada que iba hasta la casa y alrededor de la pérdida habíamos aprovechado para plantar esas plantas que la sierra no conocía pero que a nosotros nos parecían imprescindibles en una casa, creo que hasta una alegría del hogar que me había empecinado en cuidar bajo una sombrita.
Los días de mucho, mucho calor, nos íbamos caminando hasta los piletones que armaba el arroyo. Eran unos buenos kilómetros pero se recompensaban a la llegada cuando nos dejábamos caer, prácticamente inconscientes, en el agua. Nos hundíamos y salíamos, hacíamos la plancha, nadábamos. Había poca gente por lo general, menos aún en ese horario en que el sol caía en picada sobre nuestra cabeza y nuestros hombros. Las pecas que me dejó ese sol ampliado como con lupa por el aire limpio y fresco, esas las sigo teniendo.
Fue un verano. A veces lo pienso y creo que fueron varios. Otras veces lo recuerdo como un largo día igual y olvido detalles distintivos. Tal vez fueron dos veranos y da lo mismo. Una mañana, tan temprano que mis pies sintieron la escarcha sobre los pastos que se habían quemado el verano anterior, se fue. O se volvió. Había salido con los pies descalzos a probar la escarcha y tantear el cielo cuando salió de la casa por atrás mío y se fue. Algo pasó antes que no importa. Importó tan poco que la única imagen que se me viene de su partida es mis pies sobre la escarcha del pasto quemado y levantar la cabeza para mirarlo hasta que se perdiera cuesta abajo en alguna curva.
Después entré.

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