Nadie parece gritar en su casa, sino esperar a estar lejos en una esquina cualquiera, debajo de la ventana de algún otro cualquiera para gritar toda la noche. Sea una fiesta, sea una pelea, sea un borracho.
Muy a menudo, esa ventana parece ser la mía. Parece la única ventana cualquiera para gritarle a la noche en todo Buenos Aires.
Por ejemplo, anoche, nomás me acuesto, escucho la voz era de un hombre y lo que decía era violento. Floté hasta ahí buscando a otra persona que sería la que no contestaba, acurrucada contra la pared de un portal recibiendo los gritos, pero no había nadie más.
El hombre gritaba entusiasmado, sin embargo, y en eso parecía que se le iba la vida, que quizás ya se le había ido. Gritaba solo como quien le aúlla a la noche.
¿Faltaba plata? ¿Había una denuncia? ¿Un engaño? No es fácil discernir en estos casos. Porque no se grita con contenido; se gritan incoherencias y partes finales de oraciones. Especialmente, se grita en aumento al llegar a un punto.
Se gritan nombres y muchos insultos y canciones, pero no de dónde vienen ni de qué tratan.
En un momento de la noche, llegó una pareja y espantó al gritador con aullidos de juerga. No una parejita feliz, una pareja de gritos y de carcajadas peladas. Carcajadas que después eran alaridos y ya peleas para las cuatro, cinco de la mañana, para la hora en la que, de todos modos, tenían que dejarle lugar a un borracho.
¿Borracho adulador o detractor de la vida? ¿Con amigos que quieren subirlo a un taxi o con espectadores que aplauden y brindan por cada alarido?
También floto hasta ellos, les miro las caras para ver si esto es por un rato o sigue toda la velada.
Gris, metálicas se ponen las paredes cuando se apagan las lámparas de alumbrado público. Yo lo noto, detrás de la ventana; ellos lo notan, y se empiezan a ir cantando, o callados en reflexión, como si salieran de misa, donde comulgaron con mi ventana y recibieron el agua bendita de una vecina del segundo piso.
¡Oh, señor, aquí van tus feligreses, míralos, borrachos y cantando, de vuelta a sus casas, a sacarse los zapatos en puntas de pie, susurrar con medias y pedirle perdón a la madre! Pero, sobre todo, a dormir lejos de ventanas y gritos, porque nadie grita en su casa.
De acuerdo, hasta acá todo es cierto.
Pero después, más allá, está Mónica. Mónica sí grita en su casa. Y la casa de Mónica es el barrio. Y la vida de Mónica es la vida. Y nuestra vida y el barrio son la vida y la casa de Mónica. ¿Cómo no iba a gritar tanto?
Mónica gritó y se solucionó el conflicto entre los vecinos que hacían fiesta y los que querían dormir; Mónica gritó y dejaron de pegarle al chico aquel; Mónica gritó hasta que vinieron los bomberos la vez del choque; Mónica gritó y repavimentaron la calle; Mónica gritó cuando le pegaron a su hija y después gritó amenazando con pegarle a su hija. Sin dejar ni por un momento de estar recostada contra la puerta de su casa.
A la tarde salgo y la veo a Mónica gritándose con una vecina en su puerta, que es el modo que tiene de charlar y conseguir que alguien le haga las compras.
Tiene la voz que tendría un oso si quisiese hacerse pasar por humano.
La saludo con respeto. Hablamos de anoche, le pregunto si oyó a la mujer que chillaba por celular a un contestador automático (así, por pulsos quebrados era el chillido). Dice que no tanto como a las chicas que iban al boliche acá a la vuelta y se cruzaron con los chicos que también iban al boliche acá a la vuelta. Todos se fueron cuando vinieron dos a molerse a palos, que no se pegaron, pero hicieron volar insultos y botellas.
Por supuesto, Mónica gritó hasta que vino la policía; apenas se despejó la vereda, pasó un borracho cantando y no le importó nada que ya amanecía.
-Yo no puedo entender por qué la gente no se va a gritar a su casa –me dice Mónica-. A gritar, a su casa, señores.
Tiene razón Mónica. En casa simulamos que la procesión va por dentro y nos dan miedo los alaridos que soltamos de madrugada, debajo de cualquier ventana de cualquiera (y tantas veces esa es mi ventana).
Usted tiene razón, Mónica, y tiene la valentía de gritar sus gritos en su casa.
domingo, 27 de mayo de 2018
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